Quiero verlo todo, no quiero guardar nada. Quiero vivir en una casa que parezca una Tienda de Souvenirs sabiendo que puedo regalar lo que quiera: el cuadrito a mi amiga, el rinoceronte azul para el peque de Inma, el fular que Ana ve colgado en la silla y se lo lleva en el cuello cuando se va.
Quiero ver lo que tengo después de tantos años de no tener nada.
Cuando la vida hace que tus casas alquiladas tengan la misma cantidad que tus años, aprendés a soltar por completo cuando hay que cruzar el charco o hacer 500 kilómetros y luego, re-aprendés a disfrutar de todo lo elegido, regalado y querido.
Y ahora quiero.
Quiero tener horas de limpieza porque así vuelvo a tocar el atrapasueños que confeccioné diez años atrás. Así acaricio cada 15 días el abrazo de mis viejos en aquella foto en Oropesa (si estuviera guardada en el álbum no la recordaría).
Quiero tomar mate y que mi mirada se pierda en la libélula que pintó Mónica y en la imagen de mis sobrinos, que fuera de mi casa-tienda ya son mayores pero en mi salón siguen siendo unos pichoncitos.
No guardo nada, no oculto nada, no tengo nada secreto.
No me gustan los cajones, los estantes, los armarios, los roperos.
Quiero verlo todo, porque ese todo es lo que soy también … es lo que aún sobrevive a los viajes, a mis cambios.
Lo que hay para ver en mi casa es lo que sigue estando en mí: 30 plantitas en el salón (hay gente que tiene gatos), cuadros, cofres y libros regalados, luces de colores que forman cortinas entre casas de madera y jaulas sin puertas, jarrón con flores naturales.
Mi casa es mi caos, mi no frontera, mi India, Marruecos y Turquía juntos.
Mi latinoamérica en telas de sofá y mesa. Mis instrumentos musicales, mis hadas y mariposas. Mi casa es mi identidad plural no escondida.
El polvo de la calle entra y me habita, nos habita. Así que limpio y muchas veces pido ayuda. Y el acto se transforma en un gran viaje de recuerdos, de arreglos … y de tirar. También cuando limpio me «releo» y suelto. Siempre, cada vez.
En mi casa – tienda de souvenirs nada está estático, todo se mueve, se muda, desaparece, se reinventa.
Un día no encontraba a mi perrito Fuga … y después de dos horas y lo descubrí.
Hacía mucho calor y se había quedado dormido fresquito, detrás de dos plantas.
Yo las había regado el día anterior así que ese micromundo de frescura y humedad era para él el paraíso. Un mosaico de 40 por 40 …. un lugar oculto dentro de mi propio y recargado mundo.
Los hijos de mis alumnas quieren venir a casa porque siempre hay tesoros por descubrir.
Mi vida es un tesoro, es el gran cofre desordenado con las joyas que todo pirata quiere encontrar.
Soy a la vez conquistador y tierra, mar y barcos, explorador y jungla.
Muchas veces pensé que mi cigüeña-taxista se había equivocado de país cuando terminé naciendo en el norte argentino.
Pero no … estaba en el lugar indicado donde todas las mezclas son posibles.
Y quienes conozcan a mi vieja me conocerán a mí, porque ella también es un «arbolito de navidad andante».
Cuando pienso en ella pienso en disfraces, pelucas, colores, collares y risas sonoras.
Me pego a su perfume, a su piel cuidada, a sus uñas pintadas, a sus labios rojos, a su pelo cambiante.
Nací donde tocaba y en un cuarto compartido con 3 hermanos no había lugar para exponer muchas cosas.
Así que en casa de la abuela Rita atesoraba mis juguetes y los tenía a la vista, expuestos y disfrutones: en la cama una muñeca vestida de novia, en la cómoda una muñeca pequeñita vestida de campesina y al costado un conejito blanco y azul de peluche que me había regalado María José en uno de mis cumpleaños.
Hoy esas tres cosas en mi casa son 300 … trescientos objetos que me representan, dibujan, ensucian (se limpian) y viven.
Todo lo muestro, todo lo regalo, todo lo comparto, todo lo vivo.